La historia con J* empezó unos cinco años atrás, cuando llevaba mis primeras clases en facultad y nacían en mí los primeros visos de lo que hoy asumo plenamente como coquetería. Cuando conocí a J no fue difícil darse cuenta de lo bien que nos llevábamos, él es un chico bastante inteligente y existía una química amical innegable, pero hasta ahí. Una tarde, luego de unas chelas y cuando yo aún vestía la inmaculada túnica de la virginidad, J me propuso hacerme unos “masajitos” en su auto. A pesar de las habilidades que tenía en el campo de la coquetería, nunca pensé que alguien fuera a tomar en serio mis señales incipientes de sexualidad, así q cuando salió esta propuesta, quedé completamente desconcertada, y prácticamente salí corriendo de la situación. A pesar de ello, J y yo supimos hacer a un lado el poco afortunado episodio, y seguimos siendo muy buenos patas.
Un par de años después, J viajó al extranjero, se enamoró perdidamente y se casó. Siempre admiré cómo el destino se había confabulado para que J y su esposa se encontraran en el mundo y fueran tan asquerosamente felices, hasta un poquito de envidia (“de la sana”, como dicen todos) llegué a sentir. Actualmente reside en Europa y nos hemos seguido comunicando por el msn, al que por cierto, debemos la mayor parte de la consolidación de nuestra amistad. Con J puedo hablar de todo y de todos. La semana pasada regresó a Perú y fue la primera vez que lo vi luego de que emigrara. Salimos a bailar y la pasamos super bien.
Esa madrugada, luego de varias salsas y perreos culipanderos con pasitos de la calle 8, pero sin chape de por medio ni acercamientos que hubiesen anunciado el acontecimiento de la noche, J me propuso ir a un telo. Fue bastante raro, aunque curiosamente no fue incómodo. Con la confianza que siempre hemos tenido, abordamos en tema casi de forma excesivamente racional: que si su estado civil, que si el mío, que la situación hormonal mía, las causas, efectos, pro y contras de revolcarnos un ratito y seguir con nuestra amistad así, normalito no más. Los minutos habían pasado y yo tenía q volver a casa. Chapé mi taxi (que fue, ciertamente, el único chape de la noche) y enrumbé a casa.
Aquel día, me quedé pensando más que nunca en el tema que me ha estado dando vueltas por la cabeza hace varios meses:¿los deseos hacia el prójimo, que no es el novio próximo, además de ser “naturales”, son “legítimos”?.
Todo empezó con una conversación con A, un tipo que nunca me pareció particularmente listo, pero que una noche me planteó una pregunta medianamente inteligente, con una respuesta asombrosamente inteligente:
-Tú te imaginas tirando toda la vida con una misma persona?
- Sí…mmm…sí
- Yo no, yo me imagino enamorado toda la vida de una misma persona, pero tirando sólo con una, ni cagando.
Luego de mi respuesta vomitada casi casi por inercia, me puse a pensar seriamente en el asunto y llegué a la siguiente conclusión (ojo, aplicable casuísticamente a mí): No sé si pueda tirar toda la vida con un mismo hombre, pero la próxima vez que emprenda una relación sentimental quiero estar tan, tan templada de él que, por lo menos, quiera intentarlo con convicción.
Cuando J me propuso ir al telo, muchas de mis creencias tambalearon. ¿Cómo era que J, que estaba perdidamente enamorado de su esposa -que es por cierto, guapísima-, a quien amaba tanto que se había casado con ella poco antes de cumplir el año de conocerla, cómo él, que me había hablado miles de veces de lo feliz que era y de cómo se comprendían casi de modo sobrenatural con ella; cómo él… ÉL!!!!, había considerado la infidelidad? Si para él, cuya relación era prácticamente un cuento de hadas, la infidelidad era una opción... ¿qué michi quedaba para el resto de los simples mortales?
La explicación que provisionalmente le di al asunto fue: creo que J pensó que entre él y yo, luego del episodio del auto, había quedado algo pendiente. Sin embargo, honestamente no creo haber sido la única chica a la que J se lo ha propuesto luego de casarse.
Desde la conversa con A, me he cuestionado seriamente el tema de la de fidelidad de por vida; de hecho me encanta la idea de estar enamorada de alguien a tal punto que sienta que no necesito nada más por el resto de mi vida, ¿pero es eso realmente posible? ¿La resistencia a la necesidad “natural” de conquista que tenemos algunos puede desplegarse de por vida si estás realmente enamorada(o) o los más decididos esfuerzos por no declinar ante la tentación tienen indefectiblemente un punto de quiebre?
Todo este tema me obliga a pensar en la contrapartida del asunto: si tu parejo(a) tiene un “desliz” no debería ser juzgado con el mismo grado de flexibilidad con la que a uno le provoca bailar el reguetón más impúdico de tego calderón con terceros? El asunto sigue siendo una joda para mí, sobre todo porque hace algunos años, mi respuesta hubiese sido un tajante “no pues, si te pone los cachos es que no te quiere lo suficiente como para aguantarse las ganas de chaparse o levantarse a otra, entonces, se acabó”, en cambio ahora, me encuentro disertando conmigo misma y con mis mujercitas sobre lo relativo de esta posición, porque al parecer, mientras más viejas nos hacemos, más se nos abren los ojos frente a la realidad humana, y esto me inquieta sobremanera porque yo soy humana…demasiado humana.
Un par de años después, J viajó al extranjero, se enamoró perdidamente y se casó. Siempre admiré cómo el destino se había confabulado para que J y su esposa se encontraran en el mundo y fueran tan asquerosamente felices, hasta un poquito de envidia (“de la sana”, como dicen todos) llegué a sentir. Actualmente reside en Europa y nos hemos seguido comunicando por el msn, al que por cierto, debemos la mayor parte de la consolidación de nuestra amistad. Con J puedo hablar de todo y de todos. La semana pasada regresó a Perú y fue la primera vez que lo vi luego de que emigrara. Salimos a bailar y la pasamos super bien.
Esa madrugada, luego de varias salsas y perreos culipanderos con pasitos de la calle 8, pero sin chape de por medio ni acercamientos que hubiesen anunciado el acontecimiento de la noche, J me propuso ir a un telo. Fue bastante raro, aunque curiosamente no fue incómodo. Con la confianza que siempre hemos tenido, abordamos en tema casi de forma excesivamente racional: que si su estado civil, que si el mío, que la situación hormonal mía, las causas, efectos, pro y contras de revolcarnos un ratito y seguir con nuestra amistad así, normalito no más. Los minutos habían pasado y yo tenía q volver a casa. Chapé mi taxi (que fue, ciertamente, el único chape de la noche) y enrumbé a casa.
Aquel día, me quedé pensando más que nunca en el tema que me ha estado dando vueltas por la cabeza hace varios meses:¿los deseos hacia el prójimo, que no es el novio próximo, además de ser “naturales”, son “legítimos”?.
Todo empezó con una conversación con A, un tipo que nunca me pareció particularmente listo, pero que una noche me planteó una pregunta medianamente inteligente, con una respuesta asombrosamente inteligente:
-Tú te imaginas tirando toda la vida con una misma persona?
- Sí…mmm…sí
- Yo no, yo me imagino enamorado toda la vida de una misma persona, pero tirando sólo con una, ni cagando.
Luego de mi respuesta vomitada casi casi por inercia, me puse a pensar seriamente en el asunto y llegué a la siguiente conclusión (ojo, aplicable casuísticamente a mí): No sé si pueda tirar toda la vida con un mismo hombre, pero la próxima vez que emprenda una relación sentimental quiero estar tan, tan templada de él que, por lo menos, quiera intentarlo con convicción.
Cuando J me propuso ir al telo, muchas de mis creencias tambalearon. ¿Cómo era que J, que estaba perdidamente enamorado de su esposa -que es por cierto, guapísima-, a quien amaba tanto que se había casado con ella poco antes de cumplir el año de conocerla, cómo él, que me había hablado miles de veces de lo feliz que era y de cómo se comprendían casi de modo sobrenatural con ella; cómo él… ÉL!!!!, había considerado la infidelidad? Si para él, cuya relación era prácticamente un cuento de hadas, la infidelidad era una opción... ¿qué michi quedaba para el resto de los simples mortales?
La explicación que provisionalmente le di al asunto fue: creo que J pensó que entre él y yo, luego del episodio del auto, había quedado algo pendiente. Sin embargo, honestamente no creo haber sido la única chica a la que J se lo ha propuesto luego de casarse.
Desde la conversa con A, me he cuestionado seriamente el tema de la de fidelidad de por vida; de hecho me encanta la idea de estar enamorada de alguien a tal punto que sienta que no necesito nada más por el resto de mi vida, ¿pero es eso realmente posible? ¿La resistencia a la necesidad “natural” de conquista que tenemos algunos puede desplegarse de por vida si estás realmente enamorada(o) o los más decididos esfuerzos por no declinar ante la tentación tienen indefectiblemente un punto de quiebre?
Todo este tema me obliga a pensar en la contrapartida del asunto: si tu parejo(a) tiene un “desliz” no debería ser juzgado con el mismo grado de flexibilidad con la que a uno le provoca bailar el reguetón más impúdico de tego calderón con terceros? El asunto sigue siendo una joda para mí, sobre todo porque hace algunos años, mi respuesta hubiese sido un tajante “no pues, si te pone los cachos es que no te quiere lo suficiente como para aguantarse las ganas de chaparse o levantarse a otra, entonces, se acabó”, en cambio ahora, me encuentro disertando conmigo misma y con mis mujercitas sobre lo relativo de esta posición, porque al parecer, mientras más viejas nos hacemos, más se nos abren los ojos frente a la realidad humana, y esto me inquieta sobremanera porque yo soy humana…demasiado humana.
* En la foto con J, ambos con colorinches en el torso :)
Oye esa historia no nos la contaste en persona! al menos a mi no. Puedo decir que me siento orgullosa de que hayas enfrentado la situación así. Y vayas más allá de la calenturiencia y veas lo jodida q es la naturaleza humana (ya no naturaleza masculina only, de la q antes renegábamos tanto).
ResponderEliminarCómo se complican las cosas mientras una se vuelve más vieja no?