martes, 24 de febrero de 2009

Sobre si NO HACE FALTA SERLO (una damita) SINO PARECERLO

Era domingo por la tarde y había decidido que en definitiva debía escribir sobre cómo me había afectado ver por primera vez casarse a una de mis mejores amigas, lo que estaba significando saber que en junio uno de los chicos que marcó mi vida sentimental iba a casarse, de lo tía que me sentía y de mi reciente jale con los chibolos. Había dejado mi post casi terminado, cuando decidí tomar una siesta. Así, en medio de mi pose de bella durmiente con la boca abierta y chorreando baba, sentí sonar el teléfono de mi casa; identifiqué el número M, una de mis mejores amigas -que justito se había casado el viernes anterior- y medio aturdida y medio sorprendida, decidí contestar.

En ese par de segundos que pasó entre identificar el teléfono de M y apretar el botoncito verde de mi inalámbrico, se me pasó por la cabeza que la flamante “Sra. M” me llamaba para contarme lo mucho que le había gustado mi regalo de matri, y lo agradecida que estaba de que yo me hubiese comido la ruta San Isidro- centro de Lima- Huacho (chamba- “agencia de buses”- lugar del matri) en viaje directo y sin escalas, pasando por el nunca mejor llamado “Pasamayo Maldito”, que dicho sea de paso, me hace tragar en seco y cambiar compulsivamente de estación de radio, en busca de alguito de entretenimiento que me permita obviar por un momento que paso por el acantilado más feo del mundo, y que yo podría ser la próxima Rosa Angélica María Mirtha Vílchez Sabogal, como decían en su canción los Nosequién y los Nosecuantos.

Sin embargo, luego de los saludos del caso, M me allanó en one, y me dijo con la misma voz que tenía mi mamá cuando descubrió mi primer jalado: “Frankie, tú ese día, te fuiste con mi primo, no? Porque no sabes todo lo que me han dicho; ay!, no tienes una idea de todo lo que me ha dicho mi familia, dime qué pasó, pero dime la verdad”. Entonces me vino un flashback de todo lo acontecido el viernes en cuestión, y como no estaba lo suficientemente lúcida para contarle la ”versión de los hechos” que habíamos ensayado J (su primo) y yo, no tuve más remedio que someterme a sus designios y hablar con la verdad: Aquella noche, J -que adolecía del pequeño detalle (que yo conocía) de tener una novia y un hijo por venir- y yo, dormimos juntos.

Todo empezó el viernes en que M se casaba. Llegué a la fiesta, la misma que valgan verdades, era una de las más aburridas en las que estuve: puro viejo, pura cumbia, puro chico feo, pura chica aburrida con quien conversar. J, primo de la novia, me sacó a bailar unas cuantas veces, las que sazonaba con frasecitas gileras monses.

Esa noche, luego del “tono” que duraría hasta las 4:30, compartiría una habitación de telo con N, amiga de la novia, pero antes, a propuesta de otra invitada, un grupo de los más jóvenes iríamos en busca de un buen antro donde “terminarla”, o más bien, “empezarla”. J se ofreció a llevarme y salimos del tono plan de 4 am con rumbo al hotel donde me cambiaría de ropa. La chica que propuso la salida nunca llamó, ni el padrino del matri, que también se había apuntado.

J y yo salimos en busca de un lugar abierto y terminamos en un bar roñoso, tomándonos una chela en medio de puro borracho. Fue allí, en medio de tanto romanticismo, que J me propuso “dormir juntos”; yo, sabiendo su situación y pretendiendo ser muy cagona, le acepté la propuesta, aclarando: “ok, vamos pero a dormir; luego, cuando te diga NO, no te piques”, sentencié. NO tuve sexo con él, ni siquiera lo besé, sólo quería mostrarle las ironías de la vida, castigarlo por querer hacerse el pendejo, ondear con afán la bandera de mi recientemente estrenada intangibilidad sexual. Esa noche sólo dormimos.

A la mañana siguiente, J y yo llegamos al telo donde nos hospedábamos su familia, yo y otros invitados. J partió temprano a Lima y N y yo fuimos a tomar desayuno junto con otros invitados, a la casa en Huacho de M. Nada hacía presagiar lo que vendría: los padres de J y otros invitados nos habían visto salir juntos de la fiesta. Los padres de J lo habían estado buscando por los alrededores, y todo indicaba que la culpable era YO.

Aquella noche, en la que curiosamente pretendía resguardar la honra de la novia de J y actuar conforme a mi sentir, aquella noche en que pretendí aleccionarlo y mostrarle que “eso no se hace”, terminé muy mal parada con la familia de M, y con ella misma. No sé todavía si me creyó, pero me dijo algo que caló muy hondo en mí: “Tú haces las cosas pensando únicamente en ti, no te importan las consecuencias que tus actos puedan tener en los demás”. Era cierto, no había calculado el impacto que podría tener este hecho en las relaciones entre M - que al fin y al cabo era quien me invitó al tono-y su familia, más aún, entre la familia de M, que me quería(?) mucho y yo; y entre J y su novia, quien jamás creería que “no pasó nada” si se enterase.

Siempre viví mi vida sin pensar en el qué dirán, salvo por las opiniones de mi mamá (que es un poco chapada a la antigua, más por no lastimarla, que por buscar su aprobación) y de la gente que en verdad quiero, y que me quiere. Nunca creí en el tema de “parecer una dama”, ni en el de tener que serlo. Sin embargo, en una sociedad tan machista como la nuestra, me he cuestionado recientemente el tema “si no puedes contra ellos, entonces úneteles”. Muchos hombres buscan una chica que restrinja sus “apetitos”, con poco recorrido o que al menos, lo aparente; yo no soy ni lo uno, ni lo otro. Reconozco que esa noche fue un exceso querer salir a “seguirla”, ninguneando el tono de M, aunque como pocas veces, actué conforme a lo que consideré era lo correcto, sin embargo, terminé más embarrada que cualquier noche que ninguna en la que en verdad llevé a la realidad algún pensamiento cochinón. Entonces, ¿en qué quedamos?.