martes, 1 de febrero de 2011

Afortunada

Por haber tenido la oportunidad de ver y conocer más allá de lo que me rodea.

Por haber caminado sola por 5 horas en medio del ande, entre cerros tras cerros, buscando una casita, yendo por los surcos que dejan los burritos, y darme cuenta de que las distancias en la sierra son tan grandes cuando yo aquí en Lima trepo taxis y combis solo para avanzar un par de metros.

Por haber sido recibida en una familia con un vaso poderoso de chicha con quinua, y compartir el desayuno con ellos en pleno frío mañanero, y darme cuenta de que la gente aun tiene la capacidad de confiar en un extraño que les toque la puerta, a pesar de todo.

Por haber sido recibida por otra familia con un señor con la pierna engangrenada, y que ellos me pidan ayuda al respecto, y darme cuenta de que no podía darles nada, ni ayudarlo, y entender que en mi país nadie llega allá arriba, en la cima de un cerro, donde el señor con la pierna engangrenada no podía moverse.

Por haber tenido una conversación con cuatro señores, en media carretera, en medio de la selva, a las 5 a.m. al momento de ir a sus chacras, explicándome que las plantaciones de coca no van a desaparecer por más oferta que les ofrezcan los gringos. Porque las plantaciones dan de comer a sus familias, y darme cuenta de que eso es todo lo que importa al fin y al cabo.

Por haber tenido la sensación de estar sola, en medio de la nada, y que llegue el station wagon en colectivo, para treparme sentada al lado de los costales de papas recién cosechadas, y darme cuenta que nunca se está solo realmente.

Por haberle provocado el llanto a un niño en medio de una ladera verde y amarilla, porque nunca había conocido a una chica con ojos jalados, porque pensó que de repente yo era un pishtaco, y darme cuenta de que a veces lo diferente nos asusta.

Por haber ido a una discoteca del cono norte durante una tarde, y ver cómo bailan los púberes sudados y pegaditos, y perrear a su pareja hasta casi quiñarla contra uno de los parlantes del escenario, y darme cuenta de que hay tantas mamás en mi país que no saben en qué andan sus hijas, y que hasta les laven los mismos sostenes que esos niños manosean.

Por visitar un centro educativo de nivel inicial, y darme cuenta que las niñas del ande juegan distinto a las muñecas. Ellas no les dan biberón, ni les cambian los pañales. Las ponen en llicllas y las amarran en su espalda, y van a jugar a la cocina con sus plantitas y piedritas.

Por conocer a una maestra, que trabaja, come, se baña y duerme en su escuela, que no puede ir a ver a sus hijos durante la semana, que ha sido violada por los papayeros de la comunidad en donde está su escuela, y darme cuenta de que si yo estuviera en su lugar tampoco me quedaría de otra y tendría que seguir dictando en esa aula, sabiendo que la próxima cosecha de papayas se acerca y que me cagaría de miedo seguir durmiendo sola en la oficina de la dirección, que a su vez hace de dormitorio y cocina.

Por haber tenido la oportunidad de darme cuenta de estas pocas cosas, y saber que existen más verdades que la mía y la tuya, y saber que así, sin querer o queriendo, vivimos como los caballitos esos que le colocan tapa ojos para mirar de frente, nunca al costado.


Este post fue provocado por esta canción, porque cuando escuché la letra me hizo recordar todo esto y mil imágenes más. Además que suena bonito que la voz de latinoamérica sea de mujer, sea de una colombiana, peruana o brasilera.

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