lunes, 2 de abril de 2012

Juan Herrera

A poco más de 3 meses luego de “el viaje”, por fin este post. Todo en el viaje empezó siendo un desastre. Gente que se indignaba porque sentía que tenía cierto derecho a que yo llevara en mi maleta cosas para terceras personas. Equivoqué la hora de vuelo y tuve que correr a la zona de embarque, dejar mi maleta en Lima y cero despedidas de película con mi madre, apenas un “te quiero, más tarde te llamo para decirte cómo me mandas la maleta”. Viajé sólo con equipaje de mano, en el que por cierto, la mayor parte de las cosas que traía eran encargos para terceros. Ni un calzón, apenas un par de polos, pasaporte, plata y mi estuche de cosméticos (qué hubiera sido de mí sin delineador, brillo de labios, rímel y rizador cuando me vio el amigo de B que viajaba el mismo día, misma hora, mismo vuelo a Madrid (se puede llamar a eso coincidencia?)). Afortunadamente una ex compañera de trabajo que viajaba la noche siguiente también a Madrid, trajo consigo mi maleta y no tuve que gastar más que lo que tocaba por sobrepeso. Vaya puta buena suerte, ya era hora!.

Luego de eso, pasar navidades con mi hermano, mi cuñada y dos de las mejores “cosas” de Madrid: mis sobrinas. Un mundito de ternura, miles de dibujos de la tía Frankie a lápiz, a colores, a acuarelas, a plumón. Mi historia improvisada sobre oír a papa Noel la nochebuena, recogerlas en la escuela, comer con ellas. Nuestra complicidad contrabandeando dulces. La inteligencia de Cami, la ternura de Lucía. Quiero ser mamá de una niña como ellas, algún día.

Y bueno, el punto obligado en la agenda: B . Le escribí proponiéndole tomarnos un café “amistoso” que escondía la intención de que se diera cuenta de una vez por todas de lo guapa que era con unos kilos menos y de que no podría vivir sin mí, no me importaba si para amarlo toda la vida o para poder darme el lujo de chotearlo yo, simplemente quería que nos veamos… y él me dijo que no. En realidad no me lo esperaba y estando en un pueblo a las afueras de Madrid, sin gente que me llevara a tomar una copa o algo, me dio el bajón. Compré un pasaje ida y vuelta a París para largarme de una vez del puto Madrid que vio nacer al puto B. Dormí aquella noche en el aeropuerto (dormí es un decir, porque me la pasé charlando con una española musulmana encantadora) y no fue sino hasta poco antes de embarcar que vi que había hecho mal el check in. Puto Ryan Air, putas máquinas impresoras descompuestas del aeropuerto, puto B, puta penalidad excesiva, puto cansancio por la desvelada, puto B, puto desgano, falta de ganas de reclamar, puto B. Perdí el vuelo sin ningún remordimiento, como si en realidad hubiera querido quedarme en Madrid.

Para mi fortuna (otra vez) aquella noche llegaba una amiga de Lima con un amigo de ella y la noche siguiente a esa salimos a bailar. Ella escogió el lugar y luego de ver pura gente “mayor” a la entrada de la disco, por poco le propongo buscar otro sitio. Pero no. Esa noche en la que ser una latina-medianamente guapa- que baila bien- la novedad del lugar, me podía haber permitido escoger al chico que quisiera, así, literal, al que quisiera (y no es arrogancia, es simplemente ser un elemento diferente que llama la atención por ser eso, diferente), esa noche en que técnicamente debía haber estado en París, lo conocí a él. Esa noche de diciembre, en que yo me acerqué a dos chicos, él fue el único que se acercó a mí. Me dio un antifaz verde que aún conservo y no quiso bailar, pero sí quiso quedarse conmigo a caminar o a lo que yo quisiera, y yo quise dormir con él. Cejas que le hacían mirada de jovencito, espaldas anchas, piernas lindas y –lo supe también aquella noche- culo espectacular. Eran sus feromonas, no sé. Esa noche rompió mis prejuicios sobre la rigidez de los europeos, me llevó orgullosísimo de la mano por las calles y, como si tuviera miedo de que lo rechazara, no fue sino hasta que estuvimos en su casa que me besó. Fue de las mejores noches de sexo que tuve. El viajó a Suiza unos días y yo a Barcelona, era lo que tocaba en mi agenda.



Cuando nos volvimos a ver unos días después, él quiso darme un beso, yo le puse la mejilla. No sabía cómo manejar a un “one night boyfriend”, menos todavía en una next night. Le pedí que me coquetee un poco. Me llevó a beber la cerveza más rica del mundo. Otra vez su casa. Otra vez sexo. Un beso en cada semáforo en rojo. El Escorial, donde nos tomamos aquella foto, la foto en la que luego de mucho tiempo, me vi contenta, amorosa con un completo desconocido, ilusionada aunque fueran un par de días, aunque me mostrara indiferente, aunque supiera que antes de que tuviera que volver a Lima y a pesar de su “no te vayas” (de España) mientras lo hacíamos, yo para él era un elemento incidental, pero sabiendo bien que aunque no iba a enamorarse de mí, él me había hecho recordar el amor adolescente, lo lindo de sentir que alguien estaba orgulloso de andar conmigo por la calle, alguien con quien me sentía muy cómoda haciéndolo, alguien que se despertaba a media noche, me acariciaba y volvía a dormirse. Alguien que dormía sin antifaces, que soñaba sin antifaces. Alguien a quien le dije, saliendo una mañana de su casa y con 0 grados “uff, lo que uno tiene que aguantar para follar”, sabiendo bien que hubiera aguantado 50° bajo cero por parirle a sus hijos, jaja. Yo vi esa foto y me vi, como no me había visto en nunca en las pocas fotos con B. Ahora había vuelto a ser yo.

Nunca sabrás lo que realmente significaste en mi vida, Juan Herrera, aunque te lo haya explicado un poco por skype. Nunca sabrás cómo me desahuevaste de un amor tóxico, cómo me devolviste el autoestima no por lo guapo que eres, sino por lo cómoda que me hiciste sentir. Ni sabrás cuánto me jode, aunque no esté para nada enamorada de ti, no haber podido quedarme unas semanas más en España para conquistarte o decepcionarme, para saber “qué hubiera sido si…” .

Te lo escribí antes de partir: lo mejor del viaje fuiste tú.

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