Hace un par de años, por circunstancias que hoy ya no vienen al caso, conocí a un chico, uno de 70 años (la verdad, no sé su edad, siempre he hablado de él como "mi amigo de 70 años" pero, pensándolo bien, creo que se acerca más a los 80).
Un señor de esos que no encuentras fácilmente, un señor maduro con alma de niño, lleno de anécdotas como viajes en barco, persiguiendo un amor por todo España... y de ocurrencias como dejar un taxi con la puerta abierta (maletín personal con cosas importantes dentro) sólo por venir corriendo para despedirse de nosotros al darse cuenta de que ya se estaba yendo y aún no lo había hecho.
Algo así como un abuelito al que, precisamente, por no ser de mi familia, podía hablarle abiertamente de amores, de dudas existenciales, de penas, de problemas familiares, de cambios, de sueños, de planes... un amigo con toda la experiencia del mundo, siempre dispuesto a escucharme, a darme consejos, a tomar un desayunito conmigo en La Baguette para ponernos al día.
Perdón por dejarte de lado EM, perdón por no darme un tiempo para ti. Perdón porque... porque no sé qué decir. Hoy me llamaste para despedirte y mañana te iré a ver y no sé qué decir. Te voy a ver y, la verdad, no quiero verte así. Siempre serás mi amigo, así ya no estés.
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