sábado, 13 de abril de 2013
(Un post pendiente)
Empezaba este post diciendo que probablemente nunca te amé pero creo que sería muy injusta con mi pasado, contigo, conmigo; aunque realmente tengo serias dudas al respecto. Recuerdo cuando te conocí a mis 19, a tus 25, que en ese momento me hacían pensar que era imposible que algo pudiera pasar entre nosotros. Yo venía de querer sin que me quieran y decidí mirarte sin importarme si me devolvías la mirada, sin importarme qué hacías saliendo de la universidad, ni si te iba bien o mal en la vida. Sólo quería distraerme viendo algo "bonito", y tú encajabas perfectamente.
Pero no coincidiste con mis planes y decidiste fijarte en mí. Y estuvimos juntos a pesar de las 3 cosas que me dijiste luego de darme nuestro primer beso: que eras muy mayor para mí, que eras muy alto para mí y que, por cierto, como que habías estado saliendo con alguien en los últimos meses. Ja, eras un mongo.
Tú me querías, yo te adoraba, y creo que en algún momento fuimos felices, aunque me da pena admitir que hoy ya casi no recuerdo ninguno de nuestros buenos momentos. Tu forma de ser pesaba más que la mía y con los años, con tus problemas y con tus traumas, fuiste amargándote, arrastrándome contigo en el camino, y haciéndome sentir que lo correcto era pelearse con el mundo y aislarse de la gente. Yo sólo tenía 23 años, no podía seguir siendo responsable de un chico que había llegado a los 30. Y, sin darme cuenta me fui cansando... Y aún cuando me creía enamorada me fui desenamorando. Y vuelve mi duda, no sé si te amé porque la verdad es que, por alguna razón, nunca pude responder a alguno de tus "te amo".
Sea como sea, lo nuestro terminó definitivamente una noche, con un portazo en mi cara, lágrimas en mis ojos, furia en los tuyos y un contundente "vete a la mierda" de tu parte. Porque ya no eras tú, para mí ya había llegado él.
Tú fuiste una cosa alegre en mi vida. El cambio que necesitaba a mis recién cumplidos 24 años. Los detalles, los Princesa, los besos de moza, los libros, mi Bryce. Las frases cursis, las cosas dulces que nunca había tenido y que yo creía no necesitar. Las llamadas nocturnas, las mentiritas para poder pasar las noches fuera de casa, los bailes al son de esa música que normalmente no se baila, mi incursión a mi lado sensualón y mis huevos para hacerme, finalmente, un tatuaje contigo al lado diciéndome que me dolería como mierda (según tú para que me traume y me relaje al sentir que, en realidad, no dolía).
Todo lo opuesto a mi relación anterior, algo que me relajaba y me hacía sentir que al fin era yo, sin miedo a nada, sin miedo a sentir que podía lastimar a alguien si me sentía feliz. Alguien que me hacía sentir como la Tere de Bryce y que convertía a C, irremediablemente, en Manongo: "... Más trascendental que nunca y qué pesado (...) Pero también era bien fregado, sí, bien fregado y aburrido que Manongo regresara todo trascendentalote en pleno verano alegre y sin miedo a nadie".
De ti sí estoy segura, sé que a ti sí te amé con toditita mi alma. Pero luego de un año de idas y venidas por errores más míos que tuyos (de lejos más míos que tuyos) y por distanciamientos más tuyos que míos, la ilusión y el amor se fueron consumiendo. Sé que nos queríamos y, de cierta manera, sé que siempre te voy a querer por lo que fuiste en mi vida, pero entiendo que simplemente no éramos el uno para el otro y nunca íbamos a serlo.
Yo lo he pensado mucho y estoy segura de que llegaste a mi vida para ser una transición, por eso no podías quedarte a pesar de que ambos lo quisimos muchísimo en distintos momentos, de corazón. Diosito te mandó para que me saques de C, para que yo misma me vuelva a querer y conocer y reconocer, y para que pueda llegar por fin a mi destino, a ese chico que no debe estar en este post porque es un capítulo aparte, el capítulo más importante de mi vida, ese que amo y no tiene un punto final.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario